JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS /
Periodismo Nayarita
"La Esperanza"
Aún
no despuntaba el alba cuando don Chicho Contreras tomaba el último sorbo de su
café de olla. La humeante taza de barro le transmitía, a través de su mano, una
sensación cálida que atenuaba un poco el frío de esa mañana. A pesar de que las
condiciones climáticas invitaban a quedarse otro rato bajo las sábanas, estaba
más que convencido que ese día era muy importante para él y para toda su
familia.
Él era el único de la familia que podía votar ese domingo, aunque para ello
tuviera que caminar por lo menos media hora, y no iba a perder esa posibilidad
de incidir en la decisión de elegir al nuevo presidente de la nación, mucho
menos por simple flojera.
Terminó
su café, tomó el viejo morral de mezclilla, verificó que tenía consigo la
credencial de elector, se calzó el sombrero de palma y salió decidido rumbo a
La Estancia. Esa era la localidad más cercana donde se habían instalado
casillas electorales. Había que apretar el paso si quería regresar temprano a
comer algo en compañía de su familia.
Ese
camino era muy conocido por aquellos huaraches de cuero de doble correa, ya que
su dueño recorría con frecuencia esa ruta. “La Tiznada”, lugar donde vivía don
Chicho, era un anexo de La Estancia, una localidad un poco más poblada y de
mayor extensión que todas las que existían en la zona de influencia. Se podía
decir que era el centro poblacional, social y económico más importante de
aquella región inhóspita y muy alejada. No en balde decían los habitantes de
por allá, cuando les preguntaban ¿Hasta dónde vas? ¡Hasta La Tiznada!
Don
Chicho caminaba a buen paso, silbando las pocas canciones que conocía, la
mayoría eran tonadas de arriero, ya que esa fue su actividad antes de
convertirse en labrador. El día asomó por fin su claridad casi al llegar
al lugar que se conoce como la “Curva del Mango” (es que no me gustan las
guayabas) ese sitio indicaba que estaba casi a la mitad del trayecto.
Se disponía a encender un cigarro de hoja cuando de pronto se plantó un individuo frente a él. No era gente de aquella región. El
campesino frunció el ceño y, metiendo la mano en su morral como para
asir alguna cosa, le preguntó:
─¿Qué
tal, amigo, qué se le ofrece?
─Me
imagino que se dirige a La Estancia. Parece que hoy todo el mundo va a ese
lugar. Tiene usted mucha suerte ─prosiguió el individuo─, ya que un
conocido de usted me encargó que le ayudara. Me dijo que hay varias personas
que están en apuros económicos y siendo yo, su servidor PANcracio del PRaDo, un samaritano reconocido, pues he
venido a resolver sus problemas en este mismo instante.
─A
ver “barajémela" más despacio. ¿De qué manera quiere usted ayudarme? ¿a cambio
de qué?
─Prácticamente
a cambio de nada. Yo le doy un billete de a mil pesos y usted se sube a esa
camioneta que está tras aquellos arbustos y cuando se junten varios los llevo a
disfrutar de una rica botana con cervezas y ya nos regresamos después de las
seis de la tarde.
─¡Niguas!
Usted lo que quiere es distraerme, no “ni maiz”, apártese del camino antes de
que saque mi Colt 45, (una resortera que le habría costado 45 pesos). ¡Yo dije
que voy al pueblo a votar y eso haré!
El
extraño personaje, que vestía un traje satinado de brillosos colores azules y
amarillos y una corbata naranja se quedó con un palmo de narices mientras el
flamante agricultor apresuró su paso rumbo a las casillas electorales. ¿Corbata en esos lugares?. Pues, sí. Es solo para que se entienda el cuento.
Transcurrieron
unos diez minutos más cuando un vehículo le dio alcance al asoleado don Chicho.
Descendió un señor que vestía chamarra verde, una camisa blanca y un pantalón
rojo (bueno, cada quien sus gustos, ¿no?). De manera inmediata y con envidiable
agilidad abordó a nuestro personaje campirano y sonriendo amablemente le dijo:
─¡Felicidades don Chicho! De verdad que sí es usted el “Chicho de la película”. Tengo aquí en
mis manos el boleto de la maravillosa rifa sorpresa de beneficencia pública y
es suyo. ¡Sí, de verdad es usted un hombre muy afortunado. Yo soy su gentil
amigo don PRIsciliano Trinquetes, el
notario público más íntegro de la ciudad y quizá del mundo. Mi honestidad y
legitimidad es a toda prueba, mi título me fue otorgado por uno de los
gobernadores más honestos de la historia, mi lema es Responsabilidad Social Compartida.
¿Queeeé?
─dijo don Chicho con cara de furia─ y se alejó casi empujando al tipo de voz de merolico "cobijero". Este sujeto sí que terminó de enojarlo.
Por
fin se divisaron las primeras casas del pueblo grande. Don Chicho, con su
paliacate bermejo, se enjugó el sudor y luego sonrío. Se sintió aliviado de
haber llegado. Volteó hacia todos lados como queriendo cerciorarse que ya nadie
le seguía los pasos. Le molestaron mucho esos “casuales” encuentros por el
camino. Se quiso olvidar de esas desagradables experiencias y se dirigió
decidido hacia donde se apreciaba un nutrido grupo de personas en torno a la
casilla electoral.
La
mayoría de las personas eran gente de por ahí, de los diversos ejidos y
comunidades de aquella zona marginada que, no obstante que tienen muchas
necesidades económicas, no se dejaron llevar por la desesperación. No cayeron
en la trampa de los vivales electorales. Se respiraba un ambiente de fiesta en
la localidad, sus calles, aseadas y pintorescas, estaban llenas de alegría, de
movimiento, de música regional, había hombres y mujeres que sonrientes se
acercaban a recoger sus boletas. Se podía sentir en las miradas y en sus
tímidas sonrisas el sabor de la esperanza. La sonrisa franca de don Chicho era
el paradigma de la confianza, de la fe en un ideal, de la inquebrantable
convicción de buscar un nuevo horizonte para sus maltratadas y expoliadas
vidas. Esa hilera de siluetas vestidas de blanco, que esperaban con ansiedad
sus boletas para votar, daban vida a un deslumbrante simbolismo: “La
Esperanza”.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO EN LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.