jueves, 5 de julio de 2018

"La Esperanza"



JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / 


Periodismo Nayarita



"La Esperanza"


Aún no despuntaba el alba cuando don Chicho Contreras tomaba el último sorbo de su café de olla. La humeante taza de barro le transmitía, a través de su mano, una sensación cálida que atenuaba un poco el frío de esa mañana. A pesar de que las condiciones climáticas invitaban a quedarse otro rato bajo las sábanas, estaba más que convencido que ese día era muy importante para él y para toda su familia.

Él era el único de la familia que podía votar ese domingo, aunque para ello tuviera que caminar por lo menos media hora, y no iba a perder esa posibilidad de incidir en la decisión de elegir al nuevo presidente de la nación, mucho menos por simple flojera.

Terminó su café, tomó el viejo morral de mezclilla, verificó que tenía consigo la credencial de elector, se calzó el sombrero de palma y salió decidido rumbo a La Estancia. Esa era la localidad más cercana donde se habían instalado casillas electorales. Había que apretar el paso si quería regresar temprano a comer algo en compañía de su familia.

Ese camino era muy conocido por aquellos huaraches de cuero de doble correa, ya que su dueño recorría con frecuencia esa ruta. “La Tiznada”, lugar donde vivía don Chicho, era un anexo de La Estancia, una localidad un poco más poblada y de mayor extensión que todas las que existían en la zona de influencia. Se podía decir que era el centro poblacional, social y económico más importante de aquella región inhóspita y muy alejada. No en balde decían los habitantes de por allá, cuando les preguntaban ¿Hasta dónde vas? ¡Hasta La Tiznada!

Don Chicho caminaba a buen paso, silbando las pocas canciones que conocía, la mayoría eran tonadas de arriero, ya que esa fue su actividad antes de convertirse en labrador. El día asomó por fin su claridad casi al llegar al lugar que se conoce como la “Curva del Mango” (es que no me gustan las guayabas) ese sitio indicaba que estaba casi a la mitad del trayecto. Se disponía a encender un cigarro de hoja cuando de pronto se plantó un individuo frente a él. No era gente de aquella región. El campesino frunció el ceño y, metiendo la mano en su morral como para asir alguna cosa, le preguntó:

─¿Qué tal, amigo, qué se le ofrece?

─Me imagino que se dirige a La Estancia. Parece que hoy todo el mundo va a ese lugar. Tiene usted mucha suerte ─prosiguió el individuo─, ya que un conocido de usted me encargó que le ayudara. Me dijo que hay varias personas que están en apuros económicos y siendo yo, su servidor PANcracio del PRaDo, un samaritano reconocido, pues he venido a resolver sus problemas en este mismo instante.

─A ver “barajémela" más despacio. ¿De qué manera quiere usted ayudarme? ¿a cambio de qué?

─Prácticamente a cambio de nada. Yo le doy un billete de a mil pesos y usted se sube a esa camioneta que está tras aquellos arbustos y cuando se junten varios los llevo a disfrutar de una rica botana con cervezas y ya nos regresamos después de las seis de la tarde.
─¡Niguas! Usted lo que quiere es distraerme, no “ni maiz”, apártese del camino antes de que saque mi Colt 45, (una resortera que le habría costado 45 pesos). ¡Yo dije que voy al pueblo a votar y eso haré!

El extraño personaje, que vestía un traje satinado de brillosos colores azules y amarillos y una corbata naranja se quedó con un palmo de narices mientras el flamante agricultor apresuró su paso rumbo a las casillas electorales. ¿Corbata en esos lugares?. Pues, sí. Es solo para que se entienda el cuento.  

Transcurrieron unos diez minutos más cuando un vehículo le dio alcance al asoleado don Chicho. Descendió un señor que vestía chamarra verde, una camisa blanca y un pantalón rojo (bueno, cada quien sus gustos, ¿no?). De manera inmediata y con envidiable agilidad abordó a nuestro personaje campirano y sonriendo amablemente le dijo:

─¡Felicidades don Chicho! De verdad que sí es usted el “Chicho de la película”. Tengo aquí en mis manos el boleto de la maravillosa rifa sorpresa de beneficencia pública y es suyo. ¡Sí, de verdad es usted un hombre muy afortunado. Yo soy su gentil amigo don PRIsciliano Trinquetes, el notario público más íntegro de la ciudad y quizá del mundo. Mi honestidad y legitimidad es a toda prueba, mi título me fue otorgado por uno de los gobernadores más honestos de la historia, mi lema es Responsabilidad Social Compartida.

¿Queeeé? ─dijo don Chicho con cara de furia─ y se alejó casi empujando al tipo de voz  de merolico "cobijero". Este sujeto sí que terminó de enojarlo.

Por fin se divisaron las primeras casas del pueblo grande. Don Chicho, con su paliacate bermejo, se enjugó el sudor y luego sonrío. Se sintió aliviado de haber llegado. Volteó hacia todos lados como queriendo cerciorarse que ya nadie le seguía los pasos. Le molestaron mucho esos “casuales” encuentros por el camino. Se quiso olvidar de esas desagradables experiencias y se dirigió decidido hacia donde se apreciaba un nutrido grupo de personas en torno a la casilla electoral.

La mayoría de las personas eran gente de por ahí, de los diversos ejidos y comunidades de aquella zona marginada que, no obstante que tienen muchas necesidades económicas, no se dejaron llevar por la desesperación. No cayeron en la trampa de los vivales electorales. Se respiraba un ambiente de fiesta en la localidad, sus calles, aseadas y pintorescas, estaban llenas de alegría, de movimiento, de música regional, había hombres y mujeres que sonrientes se acercaban a recoger sus boletas. Se podía sentir en las miradas y en sus tímidas sonrisas el sabor de la esperanza. La sonrisa franca de don Chicho era el paradigma de la confianza, de la fe en un ideal, de la inquebrantable convicción de buscar un nuevo horizonte para sus maltratadas y expoliadas vidas. Esa hilera de siluetas vestidas de blanco, que esperaban con ansiedad sus boletas para votar, daban vida a un deslumbrante simbolismo: “La Esperanza”.

RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO EN LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.