JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / Periodismo Nayarita
¿Quién rechaza a los estudiantes?
Se
avecinan días de descanso y reflexión. El descanso más que merecido por los
esfuerzos personales realizados en las diferentes actividades que llevo a cabo,
que no son pocas. Entre cosas profesionales o laborales, de capacitación,
periodísticas, honorarias, sociales y familiares, se van las horas del día como
un suspiro y sólo quedan pequeños espacios de la noche para lo demás, medio
dormir y medio descansar.
Así que
es muy prometedor el relajamiento del que se espera siempre el mayor de los
provechos. En ese tenor las cosas, pensaba en lo que se avecina en un futuro
que ya tiene cara de presente. Un ejemplo de ello es el ingreso del menor de
mis hijos a la universidad.
En esas
cavilaciones andaba, haciendo adecuaciones de tiempo, circunstancias de
organización familiar, cálculo de nuevos presupuestos que incluyen
alimentación, traslados, ropa, libros, inscripciones y un cúmulo de gastos
accesorios a la nueva etapa estudiantil. Miraba mis bolsillos con tristeza y mi
cuenta de ahorros con lástima. Después de mis concienzudos cálculos llegaba a
la conclusión de que será algo difícil hacer frente a estos retos económicos,
pero también pensaba que el sólo hecho de que mi hijo lograra obtener un lugar
en la licenciatura que escogió pues bien valía la pena cualquier sacrificio.
De este
último pensamiento derivó la inquietud que me motiva a escribir este artículo,
voltear tu vista atrás y ponerte en el lugar de los aspirantes que no pudieron
conseguirlo. Cómo será el panorama para ellos, para los jóvenes y sus familias,
después de ver que no aparecen sus nombres (ahora número de ficha) en las
esperadas listas de aceptados por la universidad. Escudriñar qué opciones quedan
en el reducido catálogo de oportunidades académicas, refiriéndome
preferencialmente a las instituciones públicas locales, en el entendido que
éstas conforman el más accesible de los modelos, cuando digo accesible estoy
pensando en la viabilidad económica, considerando que un gran porcentaje de
familias nayaritas padecemos las penurias de una economía deprimente.
Si mi
situación es motivo de preocupación, porque tendremos muchos gastos por tener
un hijo en una universidad pública, no quiero ni pensar lo que tendrán que
hacer muchas familias si, como último recurso, tuvieran que inscribir a su
hijo(a) en una universidad privada en la que, además de erogar el costo de
inscripción, se tiene que pagar una colegiatura mensual con un monto superior a
los 1500 pesos. Ni siquiera quiero pensar la carga económica que esto significa
para una familia de bajos recursos (que cada vez somos más).
El
problema es un asunto de cobertura. El símil anterior no es más un ejemplo
elemental de los miles de casos concretos que en este preciso momento están en
un estado de ansiedad y angustia. Desafortunadamente es un problema que se
viene arrastrando desde hace muchos años, es un asunto histórico, estructural.
De manera general se puede decir que tiene que ver con el poderoso avance
demográfico de nuestro país, sobre todo en el intenso predominio estadístico de
los jóvenes, al grado que es actualmente cuando hay más jóvenes (entre 10 y 24
años) que en ninguna etapa anterior de la historia universal. Es evidente que
esta preponderancia en el ranking poblacional por parte de la juventud no tiene
una contraparte en la ecuación institucional de la oferta educativa contra la
demanda de espacios para la educación profesional.
El
asunto es más que dramático, verdaderamente espeluznante. Sus estadísticas,
además de difíciles de ilustrar, son muy dolorosas. Para este propósito basta
mencionar algunos datos muy generales. Por ejemplo, según el Censo Nacional de
Población y Vivienda, 2010, en nuestro país habitaban casi dos millones
(1,948,965) de jóvenes, hombres y mujeres, entre 18 y 24 años de edad de los
cuales el 71.9 por ciento se quedarían sin la oportunidad de asistir a la
universidad, es decir 1,401,020 se quedarían fuera y sólo 547,945 estarían
dentro.
Si
bajamos al nivel de instituciones, es obvio que tendríamos que iniciar por la
UNAM, que hoy por hoy es la máxima casa de estudios de nuestro país. Los datos
que aquí se dan no son más benignos que los anteriores. La UNAM tiene un
proceso de selección en dos rondas. Para dar una idea de la situación, les daré
los datos de ambos exámenes. En el primer certamen participaron 128 mil 519
aspirantes a las más de 100 carreras que tiene esta universidad, de ellos
fueron aceptados 11 mil 490, que equivale al 8.9 por ciento, mientras que en la
segunda vuelta, de un total de 60 mil 254 aspirantes sólo fueron aceptados 6
mil 893, es decir el 11.4 por ciento del total, en pocas palabras si sumamos
las cifras de ambos intentos, quedaron fuera el 90.3 por ciento de aspirantes.
Similar
situación ocurre en el IPN y en la mayoría de las universidades del país. La
Universidad Autónoma de Nayarit (UAN) no es la excepción, aunque si se comparan
las cifras con las de la UNAM y el IPN se puede decir que la situación es menos
grave, al menos al nivel de números, ya que el porcentaje aproximado de alumnos
rechazados para el ciclo 2015-2016, sería del 60 por ciento.
Este
asunto es por demás interesante y profundo, ya que se pueden encontrar muchas
aristas, pero en esencia, desde mi punto de vista, tiene una relación directa
con la poca importancia que los gobiernos federales le han dado al rubro de la
educación en general y a la profesional en particular. Históricamente se ha
escatimado la inversión de recursos presupuestales a este sector que, aunque
intenten ignorarlo, es la piedra filosofal del desarrollo integral de una
sociedad. Una sociedad preparada, educada, es una sociedad libre, y justamente
es lo que no quieren los que representan los intereses de la oligarquía. Ellos
quieren ver al pueblo siempre ignorante para que no se dé cuenta de los
atropellos que cometen en nombre de la democracia. A los gobernantes les
interesa más invertir en el culto de su imagen, en publicidades amañadas que
sólo confunden a la gente y en obras que nada tienen que ver con sus
necesidades.
En fin,
ese es el panorama de la educación en nuestro país, y en particular de los
famosos "rechazados". No me gusta usar esta palabra para aludir a
quienes se han quedado sin la oportunidad de asistir a las universidades
públicas, aunque hay que reconocer que de aplicarse el término, tendría que
subrayarse que no son rechazados por la universidad sino por el mismísimo
sistema político neoliberal.
RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA
SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL
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.- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.