"Solidaridad es la palabra"
Vaya
semanas las que acaban de pasar en México. Esta vez habrá que dejar de lado
todo lo concerniente a la economía, la política, pero sobre todo los deportes,
espectáculos y otras frivolidades a las que somos muy afectos. Esta ocasión ni
siquiera dudé en la elección del tema a presentar en el próximo número de este
semanario. Me refiero a la tragedia sufrida por muchos compatriotas en los
estados de Chiapas y Oaxaca, primero; Morelos, Puebla, Estado de México,
Guerrero y la Ciudad de México, posteriormente.
Tampoco
quiero detenerme en la cuestión geofísica que determinó las intensidades,
frecuencias o circunstancias. Ni siquiera en las implicaciones administrativas
y poblacionales, ni en la deficiencia e ineficacia en los tiempos de reacción
de los programas de prevención y de emergencia en estos casos de desastres.
Esta vez quiero dedicar todo el espacio
posible a los ciudadanos comunes y corrientes, a los mexicanos de a pie que,
sin alegorías ni protocolos, reaccionaron de una manera extraordinariamente
humanitaria y generosa ante el dolor de los hermanos en desgracia.
Y digo
esta vez, porque ya he tenido la oportunidad de escribir de este tema,
recordando hace cinco años la tragedia similar del terremoto ocurrido hace 32
años, exactamente en la misma fecha, el 19 de septiembre, aquel de 1985 y éste
en el actual 2017. El primero lo viví en carne propia y el actual a una
distancia de 750 kilómetros. Aquel sin gran tecnología de comunicaciones y éste
con el prodigio del contacto y la imagen inmediata que une y propone en el
preciso instante que ocurre. Establezco
esa diferencia como premisa, porque nunca será igual la percepción de un fenómeno
de esta naturaleza, estando a mucha distancia de él que estar pisando ese suelo
que aún se estremece. Mi opinión no ha cambiado, creo exactamente lo mismo, por
ello les comparto el siguiente párrafo que hace cinco años escribía sobre este
tema y verán que son muy similares:
“Desde el horizonte de la mera estadística,
no se tiene la misma perspectiva que desde la cercanía del sonido y el temblor
de una tierra, que se estremece y gime como un monstruo que despierta de un
letargo prolongado. Así mismo, puedo asegurar que la percepción de esta
tragedia, por parte de una persona que vio las imágenes a través del televisor,
nunca será igual a la de alguien que estuvo ahí en ese preciso instante (7:19
de la mañana) pisando ese suelo que se estremecía como una alfombra que se jala
y se sacude al mismo tiempo”
La historia
se repite. Una vez más un desastre natural desnuda la deficiencias y las
iniquidades de un sistema social y político más colapsado que las
construcciones que se vinieron abajo en los viejos y nuevos sismos. Una vez
más, en una situación crítica se desenmascaran los viejos vicios de un
decadente sistema político. Lo que sucedió hace treinta y tantos años hoy
vuelve a suceder. El gobierno y sus estructuras administrativas no estaban
preparados para enfrentar una contingencia de ese tamaño. Esto fue y sigue
siendo evidente si consideramos el tiempo de reacción para atender a la
población afectada. Una vez más se tardó demasiado en brindar los apoyos de
emergencia a los necesitados. En contraparte, la población civil, los mexicanos
de carne y hueso, dieron muestras una vez más de la grandeza de su espíritu. De
manera inmediata salieron a las calles y se organizaron como pudieron para
iniciar las labores de rescate, a veces sin más herramientas que la fuerza de
sus brazos y la nobleza de sus corazones.
Después
de más de tres décadas siguen las cosas mal en México. Las mismas
circunstancias de antaño pasan lista de presente. Edificios viejos que resisten
las sacudidas, pero muchos nuevos que se abaten, edificios de reciente
construcción se vienen abajo por la corrupta permisividad de especificaciones
técnicas inadecuadas, construcciones públicas, hospitales, y lamentablemente
también escuelas, que fueron la tumba de muchas vidas inocentes. Culpabilidades
que nunca serán castigadas, como sucedió hace tantos años. Hoy es más difícil
maquillar las cifras y los detalles de la catástrofe, por parte de las malas
autoridades. Esto debido al importante papel que hoy juegan las redes sociales.
Cosa que no sucedió en el sismo de 1985, cuando gobernaba Miguel De La Madrid,
el pusilánime mandatario que casi se esconde bajo las sábanas antes de dar la
cara y mostrar su apoyo a los afectados. En ese entonces el gobierno censuró la
publicación de las cifras de muertes y desapariciones, la prensa, escasa y
oficialista, calló esos datos por mandato de la presidencia. Cuando finalmente
se vieron obligados a dar información, sólo aceptaban la muerte de 6 a 7 mil
personas, cuando era de dominio público que el número final rebasaba con mucho
las diez mil.
Hoy no
es tan fácil callar las bocas de la sociedad. La tecnología permite difundir lo
que realmente ocurre en el momento preciso. Ni siquiera las televisoras
mercenarias, oficialistas, como Tele Risa, logran engañar a la gente con sus
fantasiosas historias de telenovela que intentaron lucrar con la desgracia
ajena, como es el caso de “Frida Sofía”, con la que sólo hicieron un
espeluznante ridículo al querer pintar como héroes a los funcionarios
mexicanos, que mostraban sus rostros afligidos por una niña inexistente, que
inventaron para crear un reality show,
en medio de la tragedia.
Hoy es
imposible ignorar la estatura moral de los mexicanos que nuevamente sacaron la
casta. Se me hizo un nudo en la garganta ver el sudor y las lágrimas de tantas
personas, hombres y mujeres, jóvenes, ancianos, niños y hasta discapacitados,
llenos de tierra, grasa y lodo, apoyando en el rescate de los afectados. No
quedó más remedio que entregar el corazón a esos héroes anónimos que
arriesgaron sus vidas por salvar a alguien que ni siquiera conocían. Del fondo
de estas indeseables catástrofes, del dolor por la pérdida de vidas humanas y
patrimonios familiares, de la ineptitud de las autoridades, de la apatía y
frialdad de los políticos y autoridades electorales, pese a tanta porquería que
emana de las cloacas abiertas por la calamidad, desde ese fondo oscuro y
maloliente emana un hermoso, luminoso rayo de esperanza y de ilusión. Un canto
de fe alimentado por la pureza del sentimiento altruista, un rosario de
corazones humanitarios que se unen por la oración de la vida. Desde la abrupta
oscuridad de un sistema obsoleto, de un régimen decadente, surgen cientos de
historias de amor al prójimo, de plena humanidad, de misericordia, de ayuda,
comprensión y sobre todo el mayor sentimiento de todos, el valor que acrisola
el espíritu generoso y único de los mexicanos, el que siempre nos sacará a
flote en cualquier circunstancia adversa, en cualquier desastre, en cualquier
tragedia: el “Valor de la Solidaridad”.
Mi
admiración y respeto para esos héroes anónimos, hombres y mujeres, perritos y
perritas rescatistas, a “Los Topos” mexicanos, rescatistas de otros países que
vinieron a colaborar, médicos, enfermeras y enfermeros, paramédicos, a todos
quienes ayudaron de una forma u otra, con dinero, con víveres, agua, con
vehículos, con llamadas, con mensajes, con comida para los que trabajaron, con
oraciones; a los brigadistas, los buenos militares, marinos, policías,
estudiantes, maestros, artistas, empresarios, oficinas públicas y privadas y
demás personas, a todos y a todas mi gratitud eterna a nombre de los mexicanos
de buen corazón. ¡Viva México!
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.