La
tarde era fría y la lluvia se mostraba amenazadora en ese lunes de invierno. Ni
ganas de salir de casa (pensaba la mayoría de los habitantes de la pequeña
capital estatal). Todos idealizaban aquel momento como el clásico: “Encerradito
en casa, “empiernadito” y si no tenías compañía al menos acurrucado en un
cálido sillón, viendo películas o series, tomando un café o un atole calientito
con una pieza de pan” ¡Qué delicia!
Para
don José “Pepe” Nava, no aplicaba esa clase de pensamientos porque él no gozaba
de pareja, ni casa, ni nada que se le pareciera. Tenía que apurar el paso para
llegar a la marginada colonia donde tenía una especie de choza endeble
elaborada con cajas vacías de cierta marca de huevo, láminas negras de cartón y unos estantes de
madera cortados en la periferia de la ciudad. Su hábitat era el típico
asentamiento de personas que se dedicaban a juntar, separar y vender basura, la
“ciudad de los famosos pepenadores”.
Por
esa razón don Pepe odiaba las temporadas de lluvia y también las de frío pues
el sufrimiento se acentuaba para él y todos los congéneres que habitaban esas
ciudades perdidas. Era una auténtica tragedia ver como los chorros de agua se
colaban entre los rasgados techos de cartón de su “casa” y mojaban el triste
menaje doméstico compuesto de unos huacales de madera, un colchón destartalado
y antihigiénico, unas cubetas de lámina que fungían como inodoro, una hornilla
de barro, dos cajas de cartón con su “extenso y variado” guardarropa, dos sartenes
desportillados, unos pedazos de madera en sustitución del gas L. P. y una vieja
silla plegable de madera, como las de los viejos “botaneros” como parte del
comedor y unos mecates paralelos amarrados de lado a lado con funciones de
armario colgador de ropa. Ni qué decir del frío invernal que se colaba entre
las maltrechas paredes y la cobija perforada por el uso y el tiempo que en nada
ayudaban a mitigar la agresividad del inmisericorde frío que mordía sus
maltratadas carnes.
Por esa razón, las frases o pensamientos
idealizadores del proemio no tienen razón de ser en el mundo de don Pepe Nava. Su
vida es como un mundo paralelo, donde el espacio y el tiempo se conjugan de
distinta manera a como lo conocemos nosotros. Ahí no existen los planes a mediano
y largo plazo, se vive al día y se viaja en los lomos de la supervivencia. El
vocabulario de ese mundo es mucho más exiguo, apocado, lastimero. Varias
palabras están fuera de su diccionario, como por ejemplo esperanza, alegría,
comodidad, descanso, seguridad y muchas otras más.
Cuenta
este humilde trajinero de la mugre que trabaja de sol a sol (aunque esté
nublado) y recorre muchas colonias con su carrito hechizo confeccionado con
partes de un viejo triciclo que él mismo rescató de la basura. No tiene idea de
la cantidad de basura que recoge a diario pero calcula que si pudiera apilar
todo lo que pasa por sus manos en una semana, seguramente juntaría una montaña
más grande que una rueda de la fortuna, de las grandes. Dice también en sus
pocas palabras que la basura es un buen negocio, pero cuándo ve mi cara de
interrogación se apresura a completar su frase agregando, “pero no para
nosotros sino para los empresarios, los que manejan los negocios de reciclaje y
para uno que otro funcionario de gobierno que se pone trucha con las ganancias.
A nosotros nos tocan los piquitos, las sobras, y nos quedan unos cuántos pesos
para medio comer. Don Pepe dejó entrever que hay grupos de poder que controlan
el negocio de la basura, mafias que negocian con el reciclaje y usan la mano de
obra de los pepenadores para darle viabilidad, a cambio de cuotas mínimas que
les retribuyen a estos humildes trabajadores. De ahí que algunos funcionarios
hacen intentos por privatizar los servicios públicos de la basura
Basta
recordar las historias de personajes tristemente célebres en la historia de la
basura en México, como el famoso “Zar de la basura” Rafael Gutiérrez Moreno,
que fue el líder de los pepenadores de la Ciudad de México, controlando a
varios miles de ellos, llegando a ser diputado por el P.R.I. y amasando una
inmensa fortuna de más de mil millones de pesos (de hace tiempo), teniendo
propiedades inmobiliarias, joyas y toda clase de lujos y excesos, que llevó una
vida sórdida y terminó por ser asesinado por órdenes de su propia esposa, quien
nunca mostró arrepentimiento alguno ya que dijo que era la única forma de
liberarse del tormento de vivir con un monstruo, un enfermo sexual que la
humilló en cada momento de su sufrido matrimonio de once años. La historia,
cruel y trágica por cierto, fue continuada por su hijo Cuauhtémoc Gutiérrez De
la Torre, quien heredó, además de su fortuna y apodo, los vicios y desviaciones
de su malogrado padre, siendo también diputado y dirigente del P.R.I. y
actualmente en prisión por el delito de trata de personas en la modalidad de
explotación sexual y el uso indebido de recursos públicos. ¡Vaya par de
angelitos!
La
sonrisa descompuesta de Pepe Nava muestra un poco la inocencia de su ser
interior. Mueve repetidamente la cabeza para negar si le gustaría ser como esos
líderes de los pepenadores que se le dieron a conocer. No, nada de eso. “Me gustaría tener un buen trabajo”. No
importa que sea en la basura, a lo mejor en el servicio de limpia del
municipio, en aseo público, al fin y al cabo ya tengo mucha experiencia en el ramo
—sonrió de nuevo— mientras pensaba en un empleo con prestaciones que le
permitiera, algún día, tener una casita de interés social donde cobijar su
soledad y sus necesidades.
Se
despidió con alegría, empujando con fuerza su carromato repleto de residuos
sólidos de diversos tipos. No alcancé a entender la canción que canturreaba
pero intenté comprender las motivaciones, la lucha, los esfuerzos y anhelos del
singular personaje que vive inmerso en el maloliente y misterioso mundo de la
basura.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA SIGUIENTE SEMANA - COMENTARIOS Y
SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.