Agradezco
a la dirección general de este semanario que nos haya informado con
oportunidad que ésta será la última edición que se publique en el año 2019,
puesto que es una tradición en mi espacio, en esta columna que su preferencia ha
permitido que alargue su vigencia a más de ocho años ininterrumpidos, se
realice una especie de balance anual o quizá sea más apropiado decir, un
mensaje de agradecimiento y buenos
deseos para mis amables lectores.
Invariablemente
me sucede que en este mes, más allá de las múltiples actividades que he venido
realizando, se apodere de mí, no sé si el espíritu navideño o esa sensación de
que han llegado las vacaciones y ya no hay más espacio para otra cosa que no
sea el descanso o la celebración o ambas.
Siempre
he pensado que es un sentimiento que evoca la justicia para el cuerpo y el
espíritu. En el primero de los casos, es arribar a una jornada de doce meses de
trabajo que la mayoría de personas realizamos, unos más, unos menos, pero todos
con el propósito de tener mejores condiciones económicas y con ello mejor
calidad de vida. En el segundo, el espíritu o el alma, para este caso es lo
mismo, se siente una especie de relajamiento, algo así como el deber cumplido, es
como decir este año ya terminó. Pero,
adicionalmente, ese espíritu se alimenta de lo intangible, de sentimientos de
paz, de amor y de perdón. Es en este mes, bajo la mediación de la navidad y el
año nuevo, cuando las familias se acercan un poco más y se reúnen en torno a
esas celebraciones. Incluso en este mes, en esas celebraciones mencionadas, es
cuando se tejen historias amorosas, de reconciliación, de perdón, de retorno y
de unión.
Nosotros
y nadie más, escribimos cada una de las líneas de nuestras propias historias.
Por eso se puede decir que existen en la vida miles de millones de historias.
Para mí lo verdaderamente importante es la clase de historias que escribimos.
Es en este punto donde entra la polémica o quizá la reflexión.
Es muy
cierto que todos los seres humanos tenemos muchas cosas en común que nos
identifican como clase o tipo en este universo, pero es también indiscutible
que cada quien tenemos un sello especial que a la vez nos distingue uno de
otro. Ninguno es igual a otro por más que nos parezcamos. Ni físicamente lo
somos ni mucho menos espiritual o moralmente. Así como cada quien tiene su
estructura morfológica específica, rasgos somáticos especiales, color de piel,
de cabello, de ojos, etcétera; así también tenemos nuestra estructura moral o
espiritual única y determinada. Creo que esta última es la parte más importante
porque es la que te define como persona. Por citar un ejemplo simple y muy
común, la gente no dice tengo un amigo que tiene la piel blanca (aunque pudiera
ocurrir) generalmente dice «tengo un
amigo muy generoso», o no dice: «mi
tío es un hombre de ojos claros»; es más probable que escuches decir: «mi
tío es un hombre muy amable». Las características físicas de una persona sólo
se mencionan en casos muy concretos, sobre todo cuando se intenta describir
algunos detalles, los atributos de la personificación física; pero, suele ser más
importante mencionar las virtudes o los buenos
sentimientos de las personas, que al final de cuentas terminan siendo lo único
que trasciende en el tiempo. Cuando las personas se van de este mundo, por
ejemplo, es muy difícil que lo evoques diciendo: ¡Ah qué güero era mi tío! Tal vez será más fácil que digas: ¡Ah qué bueno era mi tío! Otro ejemplo
podría ser, para el caso improbable: ¡Cuánto extraño los ojos de mi tío! en
tanto el más probable sea: ¡Cuánto
extraño sus consejos y su apoyo!
De lo
anterior se puede deducir que es la parte anímica, espiritual, moral, como
quieras llamarla, la que trasciende en esta vida. Por esa razón tienen más peso
en estas fechas de navidad y año nuevo, las visitas, los reencuentros,
reconciliaciones, los abrazos y frases cariñosas que los regalos materiales. Es
la mejor oportunidad de hacer las paces
y recuperar amigos o familiares. Les puedo asegurar que no es tan difícil como
parece. Esta vida está construida de una manera fácil, sumamente sencilla. Todo
tiene una fórmula básica. Somos nosotros mismos quienes nos encargamos de
fastidiarnos, de hacerlo todo complejo, difícil y enredado. Anteponemos siempre
el orgullo estúpido, que no es más que una manifestación decadente del egoísmo.
En ocasiones, aunque sabemos a ciencia cierta que nosotros provocamos el
alejamiento con alguien, queremos que esa persona nos ofrezca una disculpa,
cuando en el fondo sabemos que somos nosotros quienes deberíamos hacerlo. Nos
cuesta mucho pedir perdón, aunque sabemos perfectamente que somos culpables. Es
una faceta del ser humano. Es algo que la mayoría de las personas tenemos como
algo natural y nos cuesta mucho vencer. Pero, quienes hemos probado la miel del
perdón, sabemos que es más dulce cuando tú ofreces la cucharada a la boca del
prójimo, que cuando tú la libas de la cuchara de él.
Lo
mismo sucede con el examen de conciencia. Uno de los ejercicios espirituales
que debiera ser el más simple y fácil de todos, pues lo realizas en la
profundidad de tu ser, dentro de ti mismo. Es un proceso de análisis
introspectivo, donde escaneas tu propio perfil, tu alma, tu ser. Sin embargo es
muy común que intentes engañarte o justificarte. Ahí sí ni cómo defenderse a
uno mismo. Puedes engañar a todo el mundo si quieres, pero jamás a ti mismo. Lo
único que haces es complacerte y justificarte. Pero, quizá en el fondo de tu
alma sabes que nos has sido una buena persona.
Para
mí, es mejor agradecer a Dios o a la vida, como quieran verlo, por todas las
cosas buenas que nos dio en este año que termina, por ejemplo la salud, uno de
los tesoros más preciados que tenemos. Intentar asimilar y aprender de los
errores que hayamos cometido voluntaria o involuntariamente, proponernos ser
personas positivas, llenas de alegría y esperanza. Interesarnos por las cosas
simples y pequeñas. Quien disfruta la magia de la cotidianidad es alguien que
sabe vivir la vida a plenitud. En las pequeñas cosas reside la verdadera
felicidad, en apreciar el milagro de despertar por las mañanas y sentir la
caricia del sol y la compañía de tus seres amados; en gozar la sonrisa de un
niño o un abuelo, en abrazar con cariño a las personas y dar un poco de lo que
Dios te ha regalado. Todas esas cosas son valiosas y es dichoso quien las pueda
tener al alcance. Es un afortunado el que pueda escuchar la música en el viento
que juguetea con los árboles, y el que pueda jugar el agua cristalina entre sus
dedos. Quien pueda mirar un atardecer y oler el perfume de las flores
silvestres; quien pueda cosechar la tierra y comer de ella, el que aspira el
aire puro del campo y la montaña; el que puede ver la presencia de Dios en las
figuras caprichosas de las nubes blancas y el que pueda tener la dicha de amar
y ser amado.
Deseo
con toda sinceridad a mis amables lectores, que estas fiestas de fin de año sean
el pretexto perfecto para el acercamiento y la convivencia familiar. Que Dios
ilumine sus vidas y abra sus corazones, esperando que el ya próximo 2020 sea un
horizonte promisorio de salud, amor, dicha y prosperidad. FELIZ NAVIDAD Y EXCELENTE
AÑO NUEVO.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO AL INICIO DEL PRÓXIMO AÑO - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C.