JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / Periodismo
Nayarita
Tepic, Nay; oct 14, 2013.- Tarde calurosa la de
ese jueves, después de una jornada algo cargada de trabajo.
Pero
como dice el refrán “después de la tormenta viene la calma” así sucedió, así es
como me pareció esa tarde-noche del jueves 3 del mes que está corriendo.
Recibí
tan sólo 24 horas antes la invitación de mi amigo, el excelente músico nayarita
Juan Felipe Manríquez, pero eso no importaba, buscaría acomodar mi apretada
agenda para asistir a un evento artístico que presentía era para no perdérselo.
Decirle apretada a mi agenda es por saturada no porque yo me apriete,
aclarando.
Desde
las seis y media de la tarde estaba ahí, ante el vetusto frontispicio del
Teatro del IMSS, acompañado por el más pequeño de mis hijos. Así de puntual, a
la hora acordada con mi amigo el músico, el de la larga cabellera.
Él nos
recibió también puntual, después del saludo y breve charla se despidió y se fue
a afinar “el bonche” de instrumentos que sabe tocar. Nosotros nos fuimos a
buscar la mejor localidad y en un santiamén estábamos arrellanados por ahí del
nivel de la sexta fila de butacas, justo donde nuestros ojos formaban un
horizonte de excelencia visual.
La
ordenada disposición de un cúmulo de instrumentos típicos de la música folclórica
latinoamericana era impresionante. No me percaté si éstos tenían un orden
específico, del más grande al más chico o cual era el criterio, pero lucían
asombrosamente atractivos, misteriosos y anhelantes.
Un
grupo de románticas luces blancas se abrazaban discretas con unas sombras
lánguidas, taciturnas, en ese escenario de sencilla elegancia. Había guitarras,
tambores (grandes chicos y más chicos) flautas, cuatros venezolanos, charangos,
sonajas como maracas pequeñas y otras largas, como si fueran un “seis de botes”
pegados a lo largo, obviamente sin el ambarino líquido que atonta, pero sí en
cambio llenos como de piedritas o semillas de frijoles que generaban un
“huapachoso” sonido, no tan agresivo como cuando éstos últimos actúan
desastrosamente en el estómago. En fin, mejor acepto mi falta de conocimiento
acerca de los verdaderos apodos de estos rarísimos, sonoros y comunicativos
instrumentos musicales.
Pero
ahí estaban, tan dispuestos como las hábiles manos, alientos y corazones que
habrían de conducirlos en el difícil intento de atrapar la atención de un
público expectante y seguramente, por el poco contacto con este género, muy
exigente.
Se vino
la tercera llamada y comenzamos. Ante nosotros estaba el grupo HUIKARI, que se
autodefine como una “Agrupación musical de folclor y canto comprometido”.
Después de escucharlos entendí a la perfección lo que esas palabras
entrecomilladas significaban realmente.
Era la
primera vez que oía hablar sobre esta agrupación, obviamente igual la primera
vez que tenía la oportunidad de apreciar su trabajo. Si hubiera necesidad de
explicar las razones por las que acepté de inmediato la invitación, lo haría
usando una analogía jurídica mercantil, algo así como una especie de
“compraventa por muestra” es decir la muestra del “producto musical” esperado
lo constituyó una actuación de Juan Felipe Manríquez, que tuve la suerte de
presenciar en una velada musical organizada no hace mucho por la Dirección de
Arte y Cultura de la UAN, ves la muestra y dices el producto debe ser de la
misma calidad, tal como sucedió.
Catorce
muestras (14 buenos elementos) que integran un grupo en el que destaca la conexión
y se aprecia a plenitud la armonía y el ritmo. Se percibe por supuesto un
liderazgo, se nota irremediablemente la experiencia y la preparación de algunos
integrantes al lado de otros, lo cual es muy normal, son diferentes historias,
vidas y senderos caminados. Pero a pesar de ello, los que evidentemente tienen
más “tablas” arropan a los más noveles y hacen de sus interpretaciones algo
sencillamente delicioso.
Su
expresión artística es un canto a las libertades muchas, a las libertades una, de
ser, de decir, de soñar, de luchar, de cantar. Su mensaje es el ayer, el hoy y
el mañana de muchos pueblos de América y del mundo cuyos anhelos se decantan
por esa irrenunciable lucha de alcanzar sus sueños. Su música, su canto, su
poesía son insumos de un mágico brebaje milenario, son el trigo del pan nuestro
cada día más escaso, sus vibrantes cuerdas confeccionan en el aire una sinfonía
que reclama amor, libertad y justicia.
Sus
armas son sus instrumentos, sus alientos y sus voces que se nutren de ilusión y
de esperanza al influjo de muchos corazones, unidos en un solo latido, que
abogan persistentes, enérgicos y sensibles por la reivindicación de millones de
hombres y mujeres que ayer esperaron con paciencia y hoy añoran con ansia la
llegada de un mundo nuevo, donde la paz y la justicia sean las divisas
primarias que se abonen a los saqueados balances de los hogares de muchos
hermanos oprimidos y humillados.
Un buen
programa, buena selección de canciones cada una con una breve presentación.
Conocía algunas canciones como “La Batea”, “La Muralla”, “La Letanía de los
Poderosos”, por supuesto “La Bikina” y “Que bonita es mi tierra”, obvio que
nunca escuché antes estas piezas mexicanas en una versión de corte andino. A
este respecto quiero comentar que me pareció una excepcional unión entre la
portentosa águila mexicana y el mítico cóndor de los andes.
HUIKARI,
significa “cantar” y vaya que lo hicieron estos artistas. Ocho caballeros y
seis lindas damitas cuyas voces, alternadas unas veces y armonizadas otras,
brindaron un espectáculo de gran emotividad. De verdad que es un canto
comprometido, porque en la convergencia artística e ideológica de sus
integrantes se amalgama el sentimiento, el mensaje de solidaridad con una
sociedad agraviada que exige justicia y clama libertad. Es un canto
comprometido porque incita el despertar de la conciencia social, desde una de
las trincheras más universales: La Música.
Gracias
al grupo HUIKARI por su magia, por regalarnos un momento de reflexión con su
canto de esperanza.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO – LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA- COMENTARIOS Y SUGERENCIAS
AL CORREO: elizondojm@hotmail.com
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