miércoles, 8 de julio de 2015

Graduación y reflexión


JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / Periodismo Nayarita



"Graduación y reflexión"


Este no era un sábado cualquiera, era un día especial para la familia. Asistíamos al acto académico en el que el más pequeño de mis hijos se graduaba del nivel bachillerato. Con la puntualidad acostumbrada estábamos haciendo fila para entrar al teatro. Se percibía un sordo murmullo compuesto de las voces de padres e hijos presurosos, maestros al pendiente de sus grupos, chicas que se acicalan nerviosas y un gran número de vendedores de flores y otros detalles para el recuerdo.

Todo bajo control, los tiempos calculados y las necesidades cubiertas. Estamos ya cómodamente instalados en la zona media del teatro. Las cámaras preparadas con la idea de llevarnos un buen recuerdo de ese día que marcaba el feliz término de una etapa y el promisorio inicio de otra. Ya no era cómo en los tiempos idos en los que aquel chiquitín inundaba de ternura nuestros corazones. Aquellas ocasiones en las que con sus graciosas participaciones en cantos y bailes nos hacía reír llorando de felicidad. Hoy un jovencito casi mayor de edad, con ideas y conceptos diferentes de la vida y los retos modernos, aunque el orgullo sigue siendo el mismo.

Estos eventos me invitan invariablemente a la reflexión. Siempre es gratificante ver una gran multitud de familias unidas en torno a un propósito común. Más cuando este propósito es festejar la consecución de una meta, el cumplimiento de un objetivo. El protocolo solemne, los mensajes motivadores, el denso silencio. Todo de acuerdo con las expectativas de un evento de esta naturaleza. De pronto se rompe el encanto como cuando escuchas música de tu agrado y alguien jala de manera imprevista el brazo de la tornamesa y se escucha su rechinido característico, cómo si algo se rasgara. Así más o menos quiero ejemplificar la sensación que tuve en ese momento ante la situación que les comento a continuación.

Yo recuerdo que desde que era un niño (hace muchos años antes de Cristo) estar ante la bandera era un momento conmovedor. Cantar el himno nacional era un instante solemne en el que las notas más que de la garganta salían del corazón. Supongo que este respeto y esta fascinación tienen que ver con lo que mis maestros y mis padres me inculcaron.

NI pensar que yo siguiera sentado cuando se trataba de hacer los honores a la bandera o que estuviera contestando un mensaje de "Whatsaap" mientras se cantaba el himno nacional como lo hizo un hombre que estaba arrellanado en el asiento situado delante del mío. Ni siquiera puedo imaginar que mi hijo estuviera tirado sobre la escalinata del teatro, con un aparatito de esos para jugar videos, mientras se llevaban a cabo los honores al lábaro patrio. 

Todo eso y más sucedió durante los momentos ceremoniosos y durante todo el acto. Un niño travieso que iba y venía, que no sólo jugaba sino que hablaba y hablaba, sin respetar el silencio de los asistentes. Mala suerte la nuestra que nos tocara de vecino, y aún más que en la fila de atrás se encontrara otro espécimen igual. Aún peor fue el hecho que se conocieran e hicieran equipo. Un auténtico fastidio para los asistentes que fuimos vecinos de estos niños calamitosos. De vez en vez emitíamos un apremiante ¡Chhhhhhhh! con la esperanza de llamar la atención no tanto de los niños sino de los desconsiderados padres que se hacían los disimulados. Ni siquiera los controlaron cuando recibieron varias llamadas de atención por parte del personal del teatro. Al contrario, les permitieron jugar con dardos que volaban entre nuestras cabezas.

Nada de eso impidió que nosotros, y creo que la mayoría de las personas, disfrutáramos la esencia del evento y que consiguiéramos el objetivo de apoyar a nuestros respetivos graduados. Pero me quedó el gusanito de la reflexión, me quedé pensando si este pequeño detalle no es una de las cosas que al paso del tiempo se convierten en factores que fomentan la apatía y el "valemadrismo" de la ciudadanía. Me preguntaba si no es esa dejadez de los padres lo que hace que los niños se alejen de los rumbos deseados. Si no es esa indolencia la que incuba la falta de respeto por las cosas que representan los paradigmas de la convivencia social y el amor a la patria. Me preguntaba si no es este tipo de padres los que aportan grandes posibilidades de que en el futuro sus hijos sean más problemas que soluciones.

No sé si me haya vuelto más gruñón con los años, pero cada vez soporto menos este tipo de cosas. Paso de la tristeza al coraje cuando veo detalles de esta naturaleza. Claro que mi sentido común, esa cosa que te dice lo que está bien y lo que no, me previene que tenga cuidado y no lo tome tan a pecho por mi propia salud. Pero no es tan fácil ver sin inmutarte todas las cosas que suceden en el día a día. Conductores que se pasan los altos, que manejan hablando por celular, que se meten en sentido contrario, niños, jóvenes y adultos que no ceden su asiento a la dama o al anciano, personas que tiran la basura a través de la ventanilla del coche, gobiernos que no respetan a sus trabajadores, trabajadores que no apoyan a sus sindicatos, políticos que engañan a sus electores, feligreses que toman café y contestan mensajes de texto en la misa, empresarios que explotan a sus empleados, ciudadanos que no respetan el medio ambiente, expoliadores que agotan la riqueza nacional, asaltantes y secuestradores que asesinan, y una larga y vergonzosa lista más. No será que de alguna manera u otra todas estas enfermedades sociales tienen su origen en esos "pequeños detalles". No será que muchas de ellas pudieran evitarse con un buen jalón a tiempo. No será que muchas de esas escorias serían buenos ciudadanos si sus padres les hubiesen enseñado a tiempo lo que es el respeto por los demás.

No lo sé a ciencia cierta, pero soy un convencido de que mucho de eso depende de nosotros los padres de familia. No debemos minimizar el poderoso efecto del consejo, el regaño y el ejemplo. Creo firmemente que en nuestras manos los hijos son una buena arcilla que se puede moldear o la hoja en blanco en la que se puede escribir la mejor historia de vida. Quizá sólo parezcan frases pero, para mí no existen frases buenas o malas, para mí una frase sólo son palabras hasta que la llenas de hechos, tus hechos. Son guiones que sirven para apoyar tus acciones.

En fin, lo que pude comprobar es que un acto académico, entre otras cosas, sirve para que puedas reflexionar, sacar conclusiones y compartirlas con los amables lectores. El lado positivo es, que la inmensa mayoría de los niños, adolescentes y jóvenes que culminaron una etapa más (entre ellos mi hijo adorado Edson Geovanni) tienen bien puesta su mirada en un horizonte promisorio y siguen en busca de sus sueños. Felicidades a quienes se graduaron en este ciclo escolar.

RECIBAN UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@hotmail.com .- MIEMBRO ACTIVO FRECONAY, A.C

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