JOSÉ MANUEL ELIZONDO CUEVAS / Periodismo Nayarita
"Chapines o chapulines"
Hay una
rara sensación aquí en mi pecho. Desde hace días siento una especie de coraje,
furia, irritación (Ups ya se me pegó el estilo de la Adela Micha). Antes de
causarles una impresión equivocada, creo conveniente aclarar que no por el
hecho de mencionar tantos sinónimos que terminan abrazando la palabra rabia,
vayan a pensar que puedo ser de esos locos furibundos que suelen tornarse
peligrosos. Tampoco creo ser “un loco
soñador nomás” como decía el buen “Juanga”. Si se tratara de aceptar la parte
de locura que todos tenemos, unos más otros menos, pues a lo mejor terminaría refugiándome
en el viejo dicho aquel: “De músico, poeta y loco, todos tenemos un poco”.
Ya
entrando un poco en materia, intentando no agotar con tanta explicación el
espacio de ustedes, me parece que esa irritación viene de observar en tan sólo
unos cuantos días, una serie de calamidades que no son fáciles de asimilar.
Asuntos disímiles quizá, pero de alguna manera siempre existe conexión. Quizá
lo que más laceró mi alma y logró que mi corazón diera un vuelco, fue ver la
foto de Aylan, el niño migrante sirio que se ahogó junto con familiares que
intentaban llegar a las costas europeas. Este hecho propició la caída de una
terca lágrima furtiva que se aprovechó de la ley de gravedad y de mi tristeza.
Sé que
de estas tragedias hay a raudales, que en el mundo a diario mueren niños bajo
la metralla de guerras que son producto del odio y del lucro estúpido. Estoy
consciente que muchos más mueren de hambre, no sólo en África, sino aquí mismo,
en nuestro México, pero algo especial tenía
la fotografía de ese niño de tres años. No sé si la foto pueda obtener un
Premio Pulitzer, ni creo que interese, pero lo que yo vi en esa imagen es
difícil de explicar. Es como concederle un rostro de ternura a la muerte, como
si fuera un niño dormido, un pequeño héroe que descansa de un largo viaje y
toma un respiro para ir mar adentro, al rescate de su familia que muere también
ahogada, más en la ignominia de una sociedad desquiciada y deshumanizada que en
las agitadas y letales aguas del océano. No sé exactamente cuál es el
sentimiento al ver esa imagen que no puedo apartar de mi mente. Siento que
Aylan, no es un niño muerto más, sino me parece que es todo un simbolismo. Esa
inmóvil ternura, esa inocencia viva, aún después de no tener aliento alguno. Su
pequeño cuerpo embrocado en la playa, rodeado por níveas espumas que semejan
nubes que con seguridad ya lo amparan en el cielo, con sus menudos huaraches aún
puestos, su pantaloncillo azul y su playera roja. Dudo mucho que una persona,
madre o padre, que haya visto esa fotografía y por un instante haya pensado que
ese niño pudiera ser su hijo, no se haya estremecido de pies a cabeza. Yo hice
ese experimento y sentí un escalofrío que aún no puedo olvidar.
Otra
calamidad, ya de regreso a mi terruño, después de un viaje trasatlántico, virtual
pero trasatlántico al fin. De nuevo a la rabia contenida, ahora por la
imposición de un nefasto personaje como titular de la Delegación Estatal de
CONAGUA. La historia es simple y muy conocida a nivel local, pero haré una
breve presentación por respeto y atención a mis lectores nacionales e
internacionales (¡Arrooozzz! Dijera el tremendo Mauricio Garcés). Pues bien,
este detestable individuo, Héctor González, conocido como “El Toro”, fue
apoyado por el gremio sindical más poderoso del estado para ser presidente
municipal de Tepic, una vez en el poder se convirtió en el peor enemigo de los
trabajadores. No respetó los convenios laborales, promovió la creación de
sindicatos blancos (que favorecen al patrón que los promueve), instigó a sus
colegas presidentes a formar un frente común en contra del sindicato y su
dirigencia, no pagaba los salarios a tiempo, no reportaba a las empresas los
descuentos de créditos comerciales que les hacían por nómina a los trabajadores,
tenía una larga lista de “aviadores”, causó la ruina de miles de familias y en
general llevó a cabo una gran cantidad de desmanes y abusos de poder.
En
resumen, hizo una pésima administración en su trienio dejando, además de las deudas
y el olor a corrupción, un municipio en condiciones deplorables, algo que la
ciudadanía no olvida. Lo cruel y paradójico es que, lejos de que este individuo
esté enfrentando ante la ley las consecuencias de su falta de probidad, lejos
de recibir un merecido castigo, se le premia con la titularidad de una de las
delegaciones federales que más recursos públicos maneja.
Una
desgracia más, el tercer informe de gobierno de EPN que, según los optimistas
heraldos del régimen, fue excelente y lo califican de autocrítico sólo porque
su pésimo asesor le aconsejó reconocer algunos puntos (Iguala, la Casa Blanca y
El Chapo) como si éstos no estuvieran más que vistos y reconocidos por la
sociedad mexicana y la crítica internacional, sería el colmo negarlos. Es una
afrenta nacional escuchar un soliloquio que describe un mundo de jauja,
mientras la realidad es completamente diferente. Un discurso triunfalista que
habla de logros y horizontes promisorios, mientras que la gente se muere de
hambre y desesperación. Una pieza retórica que describe un mundo fantasioso
digno de Steven Spielberg, mientras que el espejo social nos muestra un aparato
gubernamental hundido en la corrupción y la impunidad.
Una
especie de sentimientos encontrados, el hecho de que en nuestro estado y en
nuestro país, la sociedad siga tan aletargada, inmóvil y conformista, mientras
la clase política hace y deshace. Un presidente que es investigado por su
subordinado y lo declara más blanco que una gaviota (perdón, una paloma) y no decimos nada. Esa es la
rabia. El sentimiento encontrado es la admiración a los “chapines”, a nuestros
hermanos guatemaltecos que nos han dado un ejemplo de cómo se hacen las cosas. Esa
es una lección histórica que habla del valor, la unidad y la civilidad de un
pueblo que se hace respetar.
Ellos,
los ciudadanos de Guatemala, no sólo se unieron para hacer renunciar al
presidente de la república sino que lo pusieron en prisión por corrupto, lo
cual demuestra que, además de la gallardía y autoestima de ese pueblo, allá si
se respetan las instituciones y existe de verdad la separación de poderes.
No sé
qué se pueda necesitar para lograr aquí lo que hicieron en Guatemala, si aquel
es un país de menos de 16 millones de habitantes, mientras que aquí tenemos más
de 125, si ellos sólo cuentan con menos de 109 mil kilómetros cuadrados de
territorio y nosotros tenemos casi 2 millones, si nuestros recursos (bueno los
que eran nuestros) son inmensamente superiores a los de ellos, sin embargo
ellos pagan sólo 8 quetzales por un dólar USA, mientras nosotros tenemos que
entregar 17 de nuestros pesos.
En fin,
el tema es para reflexionar y en esos términos lo dejo, sólo quiero precisar
que uso la expresión “chapín” como gentilicio, sin querer ser peyorativo con
los hermanos guatemaltecos y la palabra “chapulín” como se usa localmente, con
la acepción de “chafa” o “balín” (de mala calidad). Dejo a la imaginación un
escenario bidimensional, con sólo dos palabras: “Huevos o Hueva”.
RECIBAN
UN SALUDO AFECTUOSO.- LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA - COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL CORREO: elizondojm@h
otmail.com .- MIEMBRO ACTIVO
FRECONAY, A.C.
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